domingo, 31 de julio de 2011

El mexicano, su mundo y yo

En confesión de un privilegio cotidiano, confieso que cada mañana cuando llego a mi oficina, a ese espacio de trabajo en el que diariamente el reloj deja avanzar nueve o diez horas, me recibe "El mexicano y su mundo". Un mexicano radiante que tiene espalda café, aunque su alma es muy verde, verde bandera mexicana.

En la recepción el mexicano baila, el mexicano luce en movimiento, disparatado y en armonía al mismo tiempo. Pero creo alcanzar a ver por detrás un monstruo que quiere atacarlo, una especie de alebrije con cola de escorpión, quizás la propia danza que observo es una huida, quizás no está gozoso y cada vez que le miro está a punto de derrumbarse.

La escena es de muchos colores, a veces hasta parece despedir olores de humedad, ese aliento de tierra mojada que desde pequeño me encanta respirar. En el escenario aparecen muchas formas, unas de animal/niño y otras de fruta/estrella. Parece que los actores nunca descansan pues han sido dotados de energía, de esas valiosas vibraciones de vida dentro de la vida.

Aunque el entorno de bienvenida es dominante, los otros mexicanos que trabajan en este edificio como yo, rara vez se permiten alzar los ojos y ver al mexicano y su mundo; Sin embargo, sucede un fenómeno turístico, pues muchas de los continuas delegaciones de extranjeros que visitan la Cancillería, sólo al escurrirse por las puertas giratorias se detienen y maravillados observan el acto, en el cual no participan sino como espectadores extraños sentados en una butaca escondida.

La escena fue coloreada en 1967 por Tamayo, fue plasmada en esa década en movimiento, donde sí ocurrían cosas y los mexicanos les daban nombre. 44 años después llego todos los días de entre semana al edificio de trabajo y cuando pienso que no tengo prisa (deseo que sea diario), me detengo a ver al mexicano, a su mundo; y me excita verme danzando y corriendo en un mural pintado quince años antes de que yo llegara a mi mundo que ya habíase pintado.