jueves, 3 de noviembre de 2011

RESEÑA: La dama de las camelias

La capital francesa produce tantas historias como cualquier ciudad enorme, ya sea admirable o grotesca, pero ninguna logra que tantos de sus millares de sucesos ocurridos por segundo sean contados y por lo tanto, conocidos.

Margarita, una mujer de cascos livianos, bella por fuera y sorpresivamente cada día más hermosa por dentro, vive de las rentas de sus múltiples amantes. Se ha colgado del cariño fraternal del Conde de G. al que sólo le vende la contemplación de su rostro y al que repulsa, pues en su vida acelerada predica que la vejez no posee gracia y que “cuando te haces viejo no eres paciente, pues te das cuenta que no eres eterno”.

La transformación de la mujer que 25 días al mes porta camelias en blanco en todo sitio público en que se presenta, inicia de la mano de Armando, un joven que cae cautivado al verla por primera vez en el teatro y que está dispuesto a dejar su monótona existencia para descubrir todo lo que una pasión ensamblada a un afecto pueden producir.

Se tejen marañas, se hilvanan sentimientos ardientes, una historia que ocurre en la Francia cosmopolita y se traslada al campo, pues la ciudad termina por aburrir a Margarita, que al amar el cuerpo al que se entrega gradualmente se permite un descanso, un consuelo, quizás como una reivindicación que le acicale el alma.

“Cuando la vida en París no me enardece, me aburre, y entonces tengo aspiraciones súbitas a una existencia más tranquila…” leer esta frase que llevó a esbozar en mi mente los campos tersos y verdes, llenos de árboles frutales y el amor de Margarita y Armando rondando en este paisaje me dirigió, también súbitamente, a un recuerdo recóndito, me hizo sacar de un cajón abandonado en el cuarto de las prácticas cotidianas los recuadros de televisión en los que el amante busca y se entrega a su conquistada en la casa campirana. Casi al final de la obra descubrí que ya había tenido un contacto con esta historia, que el rostro de Armando ya tenía forma en mi mente y comprendí que la vida nos dirige hacia lo que apetecemos, ya de nosotros va continuar la historia o cerrar de carpetazo nuestros anhelos.

La celebración más próspera de haberme introducido a la novela de Alejandro Dumas es que la próxima vez que goce de visitar París, podré detenerme por un instante en la calle de Antin #9 a enterarme de qué color, ese día, la dama porta su camelia.

Y si en su ataviado día, me mira por unos segundos, le preguntaré por qué lo ha elegido.