jueves, 18 de febrero de 2010

La mente latinoamericana mía

Si estuviera por nacer de seis vientres distintos en este momento, escogería brotar de aquella grieta morena y criolla con dolores cicatrizados en la piel y el alma. Elegiría ver la luz de un sol violento y dulce a la vez. Distinguiría que las primeras manos que tocaran mi tersa piel fueran aquellas que han labrado tierra fértil y amasan mezclas de maíz. Me empeñaría en emitir mi primer llanto desgarrante en tierra llamada americana…

Existe un aforismo acerca de la literatura latinoamericana. Se dice que Chile ha generado poetas; La Argentina, cuentistas; México, novelistas y Uruguay raros. Si hago recuentos y recorridos bibliotecarios, esto podría ser un precepto. La Mistral sintiendo los “Sonetos de la muerte” en los que: …y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir… Esa mujer con piel de aire que deja su ser sentir. Los cuentos argentinos, innumerables ficciones con firmas cortázarianas y borgianas. La novela mexicana con “Los de Abajo” como estandarte, donde la desgracia queda viva sin tiempo de caducidad. “Los relámpagos de agosto” de Ibargüengoitia aquel ágil y escurridizo (que tanto su apellido me gusta pronunciar) con humor acerca de los sueños no cumplidos de la Revolución Mexicana, aunque en verdad “Maten al león” es la que quiero leer. Y qué de mi Onetti, voluntad voluble, congruente con la vida santamariana, orgullo actual de Montevideo, de un hombre que sentía la respiración como aliento en lleno. Qué de Juana de Ibarbourou, La Juana de América, poetisa revolucionaria, presuntuosa de su género y amante de la vida misma, a la que no le refuta nada, porque así es ella – la vida-.

Siguiendo la anterior máxima, en el primer capítulo nazco mexicano. Seguiré gastando tinta en la novela diligente de mi vida sobre papel de tierras americanas. Los siguientes episodios lo mismo en montañas salvadoreñas con vientos salados del pacífico que en las sucias calles bonaerenses llenas de cafés con escasa o profusa historia (algo que contar al fin). Podrían contarse dentro de la ciudad blanca de Sucre, o en medio de los pantanos amazónicos apenas con algo de lumbre. O da igual ¿Por qué no? en el final de los campos bogotanos.

Siento mi corazón sembrado entre tierras húmedas del trópico, que algunas veces yace en los desiertos salares bolivianos y se alimenta de pastos semiverdes del bajío mexicano. No necesita lenguas extrañas para roer entre mis médulas. La esencia de mi vida se refresca con agua ligera del Orinoco y sus ojos miran el mundo desde el Aconcagua.

Si estuviera por nacer de seis vientres distintos en este momento
Escogería brotar de aquella grieta morena y criolla con dolores cicatrizados en la piel y el alma
Elegiría ver la luz de un sol violento y dulce a la vez
Distinguiría que las primeras manos que tocaran mi tersa piel fueran aquellas que han labrado tierra fértil y amasan mezclas de maíz
Me empeñaría en emitir mi primer llanto desgarrante en tierra llamada americana…
Donde también me dejaría morir

viernes, 5 de febrero de 2010

Vuelo al sur del alma

Vuelo al sur del alma

Aún cargo algunos granos de arena. Aún se dibujan las olas y los escaños uruguayos en mis persianas cerebrales. Aún las manchas solares reposan en mi piel. Aún regreso con prendas en la valija que no usé. Aún sigo conteniendo turbes e inspiraciones por doquier. Aún sigo siendo el ser que voló el pacífico inquieto y las cordilleras cruzó para poder ver un río convertido en océano, un mar que rivera no quiere ser.

Se presentan escenas nuevas en el drama americano. A tres horas de pisar suelo nativo, los pies se vuelcan a una deriva destinataria. La última noche no se desplegó como la primera, en que las hojas blancas dejaron correr la tinta, en la que la piel seca permitió ser humedecida y en que ojos dijeron que lo divino procedía de arriba. La última luna no parecía tan plena, se ocultaba en las nubes montevideanas, capaces de bajar a tocar tierra apesadumbrada con tal de hacerle saber a los paseantes que en este rincón se cobijan almas desterradas.

Me dí cuenta que para que el alma hable y aflore no necesita luz solar, que las nubes grises son la cortina que oscurece las alcobas para que la voz humana destelle y brille sin rayos que distorsionen las esencias más recónditas del alma, para dar muerte a las reacciones furtivas con que me suelo presentar. Las sombras más oscuras son el marco para hacer lucir las pinturas de la vida diaria, del recorrer apresurado, de la rutina sofocadora, de las frases conocidas, de los saludos ya sabidos, de los caminos aniquiladores -andados con pies agotados en una irreflexión de lo que es vida-.

Las oscuridades se agradecen cuando surgen desde el barrio vecino, pero cuando se coge el vuelo a este destino austral, salir de esta vereda es una torpeza muy factible, pues es saber que los tonos de los que están pintados los más profundos adentros del alma no están en gis de pastel, sino en tonalidades incoloras, con matices grises, con esmaltes olor a carne, con gamas de verde hiel y con tornasoles de sangre.