viernes, 5 de febrero de 2010

Vuelo al sur del alma

Vuelo al sur del alma

Aún cargo algunos granos de arena. Aún se dibujan las olas y los escaños uruguayos en mis persianas cerebrales. Aún las manchas solares reposan en mi piel. Aún regreso con prendas en la valija que no usé. Aún sigo conteniendo turbes e inspiraciones por doquier. Aún sigo siendo el ser que voló el pacífico inquieto y las cordilleras cruzó para poder ver un río convertido en océano, un mar que rivera no quiere ser.

Se presentan escenas nuevas en el drama americano. A tres horas de pisar suelo nativo, los pies se vuelcan a una deriva destinataria. La última noche no se desplegó como la primera, en que las hojas blancas dejaron correr la tinta, en la que la piel seca permitió ser humedecida y en que ojos dijeron que lo divino procedía de arriba. La última luna no parecía tan plena, se ocultaba en las nubes montevideanas, capaces de bajar a tocar tierra apesadumbrada con tal de hacerle saber a los paseantes que en este rincón se cobijan almas desterradas.

Me dí cuenta que para que el alma hable y aflore no necesita luz solar, que las nubes grises son la cortina que oscurece las alcobas para que la voz humana destelle y brille sin rayos que distorsionen las esencias más recónditas del alma, para dar muerte a las reacciones furtivas con que me suelo presentar. Las sombras más oscuras son el marco para hacer lucir las pinturas de la vida diaria, del recorrer apresurado, de la rutina sofocadora, de las frases conocidas, de los saludos ya sabidos, de los caminos aniquiladores -andados con pies agotados en una irreflexión de lo que es vida-.

Las oscuridades se agradecen cuando surgen desde el barrio vecino, pero cuando se coge el vuelo a este destino austral, salir de esta vereda es una torpeza muy factible, pues es saber que los tonos de los que están pintados los más profundos adentros del alma no están en gis de pastel, sino en tonalidades incoloras, con matices grises, con esmaltes olor a carne, con gamas de verde hiel y con tornasoles de sangre.

2 comentarios:

Emiliano dijo...

Las nubes montevideanas...los grises alientos de almas que transcurren libremente.

Me encanta la manera en que te descifras

M. M. dijo...

Quedarse lejos e ir cerca. El alma nos susurra a través de los rayos del sol y nos grita en las penunbras de la noche.