domingo, 22 de diciembre de 2024

Ven, baja


Ven, 

Baja y dame un beso

Que esta noche te vas 

Lejos 

Al sur del continente 

Y tu saliva se ha de secar 

 

Ven, 

Baja y permite que mis ojos

Miren los tuyos 

Pequeñitos

Colmados de blanco delicia  

Que no quiero olvidar   

 

Ven, 

Baja y hablemos un poco 

Que tu voz forastera   

Llegue a mi aliento con

Tu melodía

Hasta que aprenda a escuchar 

 

Ven,  

Baja y estrújame a ti

Para calcar tus pechos

Fuertes  

Sobre los míos 

Que me han de alimentar 

 

Ven, 

Baja y quédate inmóvil 

Para esculpir

Cada pliegue interno 

De tu alma entera 

Que entre sueños he de acariciar   

 

Ven, 

Baja y dame el segundo beso 

Que esta noche te vas

Y cuando vuelvas  

Serás al que empiece 

A amar



sábado, 13 de enero de 2024

Las tardes sobre Río Blanco

Algunos no saben que nací en Orizaba y crecí en Río Blanco, Veracruz. El lugar donde mi abuelo, Abraham Macip Meza, fue quien me sembró y me enseñó el principio de lucha y búsqueda de la justicia. Venía todas las tardes a cenar a casa, donde mi madre preparaba café, té y casi siempre tacos de papa. Llegaba, se quitaba el sombrero y empezaba a contarnos, a su nuera y al nieto más pequeño, sobre la huelga de Río Blanco. Sentados a la mesa de la cocina, nos contaba historias de hombres y mujeres que habían sido masacrados por alzar la voz ante la explotación en la que vivían. Yo apenas tenía 6 años, mis hermanos mayores, seguro andaban haciendo tarea o jugando en las calles y en el parque de la colonia. Para mí, por las tardes solo existían mi abuelo y mi mamá que nos reuníamos para escuchar, lamentarnos y enfurecernos por las injusticias y las atroces muertes provocadas por aquellos dueños de las fábricas, mientras se hacía de noche y esperábamos a que mi padre llegara del trabajo. 

Aún recuerdo las historias que nos contaba sobre las tiendas de raya y los desmedidos precios a los que los obreros debían comprar los alimentos más básicos, de la cantidad de niños que no iban a la escuela para trabajar más de 14 horas en las fábricas textiles, y del inicio de los desfiles y plantones que organizaron quienes se convertirían en mártires el 7 de enero de 1907. Nos enumeraba nombres de dirigentes, de calles, de colonias y cerros, y yo aunque apenas estaba aprendiendo a escribir, los deletreaba como podía sobre un cuaderno. De todos ellos, el que más recuerdo es el de una mujer luchadora, de esas de carácter fuerte, mujeronas (decía mi abuelo): Lucrecia Toriz. No sé si lo escribía bien o mal, solo sé que quedó grabado en mi memoria, la mente y el corazón para orientarme hacia el principal camino a seguir en mi vida: la lucha en favor de los más débiles, de los más desfavorecidos.

Por muchos años pasé enfrente de ese majestuoso y hermoso edificio que fue la fábrica, ya abandonado, ya enmohecido por la encantadora humedad de la montaña veracruzana, y pensaba: aquí murió mucha gente, aquí lloraron, gritaron y corrieron tantos niños como yo para salvar sus vidas y algunos vieron caer morir a sus padres frente a ellos. Así que yo quiero ser una persona que siempre defienda a los débiles y que siempre busque la justicia, pues de aquí, yo vengo. Ahora muchos saben que Río Blanco, Veracruz fue el lugar donde mi abuelo, mi madre Sara y yo nos juntábamos a pasar la tarde, formando, los tres, una alianza de luchadores para toda la vida.