No le escribo flores
Ni le envío a casa un poema
Le doy un beso por la noche
Y me revuelve la vida entera
Todo lo que le digo a mi mente que escriba
Ni le envío a casa un poema
Le doy un beso por la noche
Y me revuelve la vida entera
Hoy me detuve ante el espejo de la casa mía
Miré con atención y hallé a un hombre de color
Encontré líneas frenéticas revueltas en mi pelo
Abajo unos labios ansiosos y rojos de deseo
Que se encienden más cuando pienso en vos
Descubrí una mirada viva que brillaba
Llena de contener aguas dulces y verdosas
Perpetuando de tus ojos aquella iluminación
Aparecieron las horas propiedad de las noches
Que hicimos largas entre almohadas con olor
Y avisté el refugio que nos arropó en su calor
Mis manos buscaron enlazarse a una figura humana
Como buscando las piernas tiernas tuyas
Solo lograron agitarse sin rumbo ni control
En los tonos de mi lengua no quise reparar
No fuera que viera destellos cegadores
Provenientes de la sangre que conserva vivo al corazón
Noté desbordándose una silueta bulliciosa
Sin piel, dejando ver recónditos ardores
Aun sin apagarse del último encuentro de los dos
Al regresar de caminar las calles atestadas
De la ciudad que habito
Me detengo ante el gran espejo de la casa
Un hombre de color es lo que busco
Porque eso es lo que soy
Un hombre de color es lo que hallo
Porque eso soy con vos
Ven,
Baja y dame un beso
Que esta noche te vas
Lejos
Al sur del continente
Y tu saliva se ha de secar
Ven,
Baja y permite que mis ojos
Miren los tuyos
Pequeñitos
Colmados de blanco delicia
Que no quiero olvidar
Ven,
Baja y hablemos un poco
Que tu voz forastera
Llegue a mi aliento con
Tu melodía
Hasta que aprenda a escuchar
Ven,
Baja y estrújame a ti
Para calcar tus pechos
Fuertes
Sobre los míos
Que me han de alimentar
Ven,
Baja y quédate inmóvil
Para esculpir
Cada pliegue interno
De tu alma entera
Que entre sueños he de acariciar
Ven,
Baja y dame el segundo beso
Que esta noche te vas
Y cuando vuelvas
Serás al que empiece
A amar
Las
tardes sobre Río Blanco
Algunos no saben que nací en Orizaba y crecí en Río Blanco, Veracruz. El lugar donde mi abuelo, Abraham Macip Meza, fue quien me sembró y me enseñó el principio de lucha y búsqueda de la justicia. Venía todas las tardes a cenar a casa, donde mi madre preparaba café, té y casi siempre tacos de papa. Llegaba, se quitaba el sombrero y empezaba a contarnos, a su nuera y al nieto más pequeño, sobre la huelga de Río Blanco. Sentados a la mesa de la cocina, nos contaba historias de hombres y mujeres que habían sido masacrados por alzar la voz ante la explotación en la que vivían. Yo apenas tenía 6 años, mis hermanos mayores, seguro andaban haciendo tarea o jugando en las calles y en el parque de la colonia. Para mí, por las tardes solo existían mi abuelo y mi mamá que nos reuníamos para escuchar, lamentarnos y enfurecernos por las injusticias y las atroces muertes provocadas por aquellos dueños de las fábricas, mientras se hacía de noche y esperábamos a que mi padre llegara del trabajo.
Aún recuerdo las historias que nos contaba sobre las tiendas de raya y los desmedidos precios a los que los obreros debían comprar los alimentos más básicos, de la cantidad de niños que no iban a la escuela para trabajar más de 14 horas en las fábricas textiles, y del inicio de los desfiles y plantones que organizaron quienes se convertirían en mártires el 7 de enero de 1907. Nos enumeraba nombres de dirigentes, de calles, de colonias y cerros, y yo aunque apenas estaba aprendiendo a escribir, los deletreaba como podía sobre un cuaderno. De todos ellos, el que más recuerdo es el de una mujer luchadora, de esas de carácter fuerte, mujeronas (decía mi abuelo): Lucrecia Toriz. No sé si lo escribía bien o mal, solo sé que quedó grabado en mi memoria, la mente y el corazón para orientarme hacia el principal camino a seguir en mi vida: la lucha en favor de los más débiles, de los más desfavorecidos.
Por muchos años pasé enfrente de ese majestuoso y hermoso
edificio que fue la fábrica, ya abandonado, ya enmohecido por la encantadora
humedad de la montaña veracruzana, y pensaba: aquí murió mucha gente, aquí
lloraron, gritaron y corrieron tantos niños como yo para salvar sus vidas y
algunos vieron caer morir a sus padres frente a ellos. Así que yo quiero ser
una persona que siempre defienda a los débiles y que siempre busque la
justicia, pues de aquí, yo vengo. Ahora muchos saben que Río Blanco, Veracruz
fue el lugar donde mi abuelo, mi madre Sara y yo nos juntábamos a pasar la
tarde, formando, los tres, una alianza de luchadores para toda la vida.
Amarillo por fuera se deja ver
Aunque escribe negro sobre papel
Espera el tiempo quieto y
discreto
Hasta acercarme a él
La ocupación de los días tiene
lugar
Horas de rutina en noches sin recreación
El sol se oculta y vuelvo a
dormir
Las huellas asiduas no se han de
escribir
Suspicaz la tinta aguarda
paciente
Ha aprendido a desconfiar
De afectos que no sean ciertos
En libretas no se han de
perpetuar
Hasta que una tarde tibia la
sangre se enciende
Y el cuerpo se aviva dando señal
Indicación recibo de una memoria
iracunda
Ostentando sucesos que se han de dibujar
Despabílate, oh lápiz Stabilo
Es tiempo de volverte ser vivo
A pincelar no te has de rehusar
En máquina dirigente mudarás
Vestigios de recientes amores delinea
Descarga las lágrimas del rostro
mío
Vierte en papel rastros de besos
recibidos
Empieza a trazar mis historias,
lápiz amarillo
Cruel memoria
Que en mi mente
habitas
Ándate con
paso lento
No perturbes
mi ahorita
Camina sola y
tranquila
Descansa en la
banca de ayeres
En prados
verdes dormita
Y si
despiertas no escribas
Cruel memoria
Invita a mis
múltiples miedos
A conversar en
la esquina
Cuéntales uno
de tus cuentos
Tomados de las
manos
Muéstrales la
calle y la salida
Déjalos
escapar libres
Al que
permanezca quítale la vida
Cruel memoria
Eliges entre mis
años y días
Para vestirte
y pasearte
Soberbia no
das alternativa
Sustraes
antiguas palabras dichas
Entonces me robas el
tono y la voz
Excitada en
urgencia las publicas
Sin atender
mis dolores engreída
Cruel memoria
Quién te hizo
señora de mi mente
Para
exterminar algunos recuerdos
Sin
consultarme cuáles guardaría
Entre mis recuerdos encontré
Un viejo cheque por 580,500 dólares
Avalado por el Standford Bank
De la empresa a tu nombre
Después de varios años
Quizás mañana vaya a cambiarlo
Por una conversación de humanos
O un buen número de besos caros
Que cada peso, que cada dólar
Devuelva alegre las mañanas
Del tiempo que no he estado a tu lado
De las tardes abandonado
Que el banco me pague con réditos
Los años que han transcurrido
De saberte andando lejos
Y no estés más conmigo
Que las monedas no alcancen
Para gastar en todos los juegos
Donde mi suerte se vierta
Entre amores, locura y tormentos
Fotos tuyas también hallé entre mis recuerdos
Que no canjearía por un solo peso
Si acaso hoy, eres más deudor
Guardo un cheque por 580,500 besos