miércoles, 4 de mayo de 2011

Entrevista a mi padre

Cuarenta kilómetros por hora y el viaje inicia sobre un camino húmedo, inicia debajo de los rayos de un sol de abril, aquel que quema mis brazos que se plantan rígidos al volante. Esta marcha ha roto los estándares de disfrute que me he impuesto para mis recorridos por carretera, los he quebrado involuntariamente y no he podido hacer algo ni con las manos ni con la boca abierta para detenerlo.

Sesenta y cinco kilómetros por hora y mi copiloto posa a mi lado, es mi padre que ha decidido acompañarme, ha decidido hacer parte de su recorrido a mi lado. Por ello no podré escuchar la música que más me gusta al volumen exacto que disfruto para el inicio de una canción, para el de un insípido coro, o el estruendo para la frase en portugués que entiendo a medias, pero que convierto a mi antojo.

Ante las condiciones de un probable allanamiento, decido mirar a mi acompañante, echar un vistazo de reojo y descubro que tiene los brazos perfectos; noventa kilómetros por hora; los brazos idóneos para el abrazo más franco que pueda recibir, tiene la mirada dotada para cuidarme y tiene las palabras precisas para contarme la historia más interesante que pueda escuchar.

Le miro de reojo y empieza a despertar en mí un deseo de interrogarle, de extraerle sus conocimientos, ideas, puntos de vista, experiencias; ciento treinta kilómetros por hora; y si me animo y me lo permito, hurgar en su corazón de 59 años… se aviva dentro de mí el deseo de conseguir eso de él.

Me cuenta que vivió en la misma ciudad que yo, giramos una curva; noventa y cinco kilómetros por hora; me dice que su hermano menor era un poco más aventurado que él, vamos pasando una fábrica de automóviles alemana; me confiesa que sufría de condiciones precarias cuando iba a la primaria, sin decirlo, sé que sus brazos han hecho todo para que yo evite esa aspereza; un enfrenón; además el color y las huellas de sus manos lo van gritado; ciento cuatro kilómetros por hora; me cuenta que conoció una chica, una que me ha regalado su sonrisa y empieza a proveerme una a una las pecas de sus brazos.

Me cuenta y yo le escucho. Ya no es necesario hacer cuestionamientos, sus palabras fluyen dejando ver puntos de vista similares entre nosotros; ciento veinte kilómetros por hora, quizás el pequeño molde va al volante y a su lado el del pastel más grande; por fin he entendido el acomodo de los moldes en la pastelería, el pequeño se guarda en su molde papá, cuando tiene miedo.

Me he montado la escena perfecta para una entrevista, sentados lado a lado, hombro a hombro; ciento quince kilómetros por hora; y sin vernos a los ojos , identifico esos brazos, esos bastidores con la forma perfecta de mi espalda, más grandes que mi cuerpo completo cuando había vivido sólo un día.

Hoy mi entrevistado resolvió acompañarme 300 kilómetros de una carretera peligrosa, pero un día atrás, ha decidido ir a mi lado por 28 años y sé que sentado, parado, cansado, con frío, lastimado y enfermo siempre estará a mi lado.

Copiloto: Cada vez que te vea, empieza a hablar y cuéntame todo lo que quiero oír.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo que bonito está. que increible que puedas soltar los pensamientosy sentimientos como lo hiciste. felicidades
José

Anónimo dijo...

Me gustó mucho, mucho!

Gracias por este relato tan íntimo!

Anónimo dijo...

Está increíble!
Me gustó el ritmo y la historia!

Susana O.

Anónimo dijo...

wow desconocía esa veta literaria. muy bien por explotarla y sobre todo compartirla
Gerardo MG