De
manera constante hay terrenos de la creación, personas con gestos, árboles,
edificaciones hechas por humanos y trozos de calles o alguna completa que me
recuerda una emoción, que me recuerda, porque en el re, me vuelvo a asir de la cuerda.
Cada
uno de esos cuerpos y escenarios entra por la pupila y ordena engendrar una
imagen en mi mente, limítrofe a un sentimiento. La mayoría de las veces intento
que esa memoria me deje una alegría, un placer. ¿Pero qué boca ha dicho que el
placer no duele?.
Ayer,
mientras rodeaba Ciudad Universitaria, montado en una bicicleta prestada. Vi un
espacio que por muchos años he admirado. Por su única carga histórica,
artística, social y progresista. Ciertamente produjo en mi interior muchas emociones,
múltiples admiraciones y una retrospectiva.
Durante
el recorrido, el sitio objetivo fue la Rectoría. La explanada de los edificios
cubiertos de azulejos, otras pintadas a mano que muestran la historia de estas
tierras y de sus alrededores. Estas obras se volvieron mi meta en el circular
arribo, pues muchas veces las había observado y elogiado desde una posición
lejana, torpe e infecunda, andando en automóvil desde la Av. Insurgentes.
Llegar
pedaleando en esfuerzo físico. Recorrer las cuadrículas maniobrando en mi
trasporte fue un juego divertido y de renovación para mis entretenimientos
infantiles. Admirar las fastuosas escalinatas. Buscar y descender por la rampa
para seguir recorriendo los jardines.
Jugar
a revolotear los ojos para encontrar un ventilador amarillento y después un
monitor dentro de las oficinas centrales. Contar las lámparas de piso que
imaginé semejantes a enormes pelotas de un campo mexica, sólo que en estas de
piedra rojiza, podría hasta sentarme a descansar.
Dirigirse
hasta las construcciones más bajas para poder comprobar con mis propias palmas
que eran azulejos los que integraban el mural, mientras me dejaba hurgar y
deslumbrar por el sol complaciente, también acompañante de mi visita matutina.
Y
ver los pasos, los túneles que me echaron en cara otra ciudad, otra tierra,
otra humedad. Ahí vi y me regocijé con la líneas arquitectónicas que emularon
Sao Paulo.
Los
formadores de este emporio con sus calles, sus verdes, sus silencios y sus
grietas tuvieron que estar en sintonía, tuvieron que conversar en algún momento
o por años con los paulistas. Hojearon los mismos diarios o pienso que
respiraron los mismos aires que de norte a sur viajaron.
Ahora
ya no sólo tendré el túnel del Museo Nacional de Antropología para sentir y soñar
que a Sao Paulo viajo.
Vendré
a Ciudad Universitaria a rodar entre sus verdes explanadas, a maravillarme con
piedras volcánicas, a ver carteles de movimientos estudiantiles, a observar
niños y viejos caminando en las cortes escolares.
Apareceré
y bajaré una pendiente de piedra que fue domada hasta quedar lisa para mi
trote. Andaré entre pasillos abiertos y ahí, le daré otro beso a mi acompañante
que también viajó a Sao Paulo, no por lo que sus ojos veían, por lo que yo entre voces y silencios le contaba.